Critica Literaria
«La tercera boda», de Kostas Taktsís.Traducción revisada de Natividad Gálvez.
TROTALIBROS Editorial.
«Si por algo la compadezco es porque no vivió como yo entendía que se debe vivir. Nunca tuvo preocupaciones ni se cuestionó nada». Esta es, tal vez, la espina dorsal de la manera de estar en el mundo de Nina, la compleja e intensa protagonista de la novela «La tercera boda».
Kostas Taktsís nos presenta una novela rebosante de vida, atravesada por la daga hiriente de la historia de la Grecia del s.XX, y en la que nos adentramos en el relato de las desventuras y alegrías de su protagonista y sus seres más cercanos.
Escrita en formato de abrumador monólogo interior (la mayor pista de despegue, probablemente, para lanzarnos a la libertad de palabra y a la ausencia de corsés morales), y usando la técnica de la narración enmarcada o relato-marco, es decir, introduciendo un nuevo relato (la historia de Ecavi) dentro del relato principal, el autor emprende una carrera sin frenos en un relato trepidante y rebosante de vida, convulso, humano, a veces incómodo, frenético, descarnado y desgarrado, pero también vívido, visceral y auténtico.
La coloquialidad y la ausencia total de filtros que permite la elección tan adecuada, en este caso, del monólogo interior, nos catalpulta hacia el mismo centro del corazón de la protagonista, hacia su psique más profunda, y nos hace sentir que la conocemos mejor, tal vez, de lo que se conoce ella a sí misma. Porque, ¿cuántos conceptos tenemos de nosotros mismos que no son ciertos? He ahí una de las grandes trampas de la vida.
En ese relato verborreico, saber quién es Nina realmente, no quién Nina nos cuenta que ella es, sea tal vez uno de los mayores retos que nos plantea la novela (cada vez que leía que ella misma se consideraba estoica no podía evitar pensar que Epicteto se estaría revolviendo en su tumba). ¿Cuántas etiquetas nos autoconcedemos, o autoimponemos, que no son ciertas, o no son justas, o no son, al menos, exactas? He aquí una de las múltiples reflexiones que nos brinda la novela. Y nos brinda muchísimas, de veras.
Porque, ¿qué función tiene el Arte? ¿Qué función tiene la literatura, en tanto que Arte? Algunos se contentarán con que nos entretenga. Otros pedirán, también, que nos haga sentir algo, que nos impacte, que cause una reacción emocional en nosotros. Los menos exigimos que, además, nos haga pensar.
Y esta novela te hace pensar. Te saca de tu zona de confort, sea ésta la que sea. A mí, por ejemplo, me sacó de mi zona de confort desde la primera frase del primer párrafo. Me incomodó. Me supuso un ejercicio, con mucha dificultad, como un examen de cálculo mental a contrarreloj (yo soy de letras puras) empatizar con la protagonista, por la naturaleza de la relación tan desgarradoramente terrible que mantiene con su hija, llena de resentimiento, de desprecio, de incomunicación y incomprensión mutua.
El páramo más absoluto de ternura (¿tal vez la asocia inconscientemente a la traumática relación con su primer marido?). Y ahí me rompió. Porque yo soy madre y mi experiencia personal no puede ser más distinta.
Pero eso me lanzó a otra reflexión (ay, qué bueno es que la literatura nos ponga en el filo del abismo y nos obligue a clavar como una estaca un interrogante en nuestra cabeza), ¿hasta que punto el artista está obligado a construir un personaje con el que, como lectores, podamos empatizar? Y no hablo sólo de la construcción del rol de «villano», ni siquiera de la construcción del rol de «antihéroe»… acaso hay un espacio más real, más tangible, en el que el personaje pueda no ser ni un héroe ni un antihéroe, lleno de virtudes pero también rebosante de defectos, como somos, queramos o no, realmente, todos nosotros. Un ser imperfecto en su más íntima expresión.
Así que nuestro cómodo instinto (¿quién ha dicho que las cosas deban ser cómodas o fáciles? He aquí algo que me subleva sobremanera del mundo actual, pero eso es ya otro cantar) de coger una novela y buscar en el protagonista nuestro reflejo en el espejo, jugar a ser él o ella… ¿por qué el autor está obligado a participar de este juego, facilitárnoslo?
¿No es, también, muy lícito que nos obligue a ver otras maneras de ser, de vivir, de sentir, que nos lance de manera imperativa a este ejercicio de sublimación de la empatía? ¿No nos enriquecerá esto mucho más como personas, como humanos que somos?
No voy a entrar en temas muy sesudos, no os asustéis, pero en teoría de la literatura hay una corriente que dice que el libro no es sólo una construcción del autor. El libro, en tanto que obra terminada, llega a su cumbre cuando es leído, porque la obra resultante de esa lectura es la unión de lo que ha escrito el autor más lo que ha interpretado el lector. Y esta interpretación pasa, por supuesto, por las experiencias de su propia vida o las otras lecturas que lleva el lector en la mochila. Pasa, también, por el momento vital del lector, incluso por el temperamento que tenga, o el humor de ese preciso instante.
Todas las circunstancias internas y externas de cada lector, en cada momento, son parte de la construcción creativa de la obra. Ergo, cada vez que alguien lee un libro, éste es un libro distinto. Aunque lo releamos nosotros, la experiencia ya no será la misma que la primera vez.
Teniendo todo esto en cuenta, ¿cómo aplicamos esta teoría a la lectura de la obra de Taktsís? El complejo personaje de Nina, que se enfrenta a mil desventuras y a quien compadecemos, comprendemos y de quien también nos distanciamos en función de lo que ha sido nuestra propia vida hasta el momento de abrir la primera página de «La tercera boda», es en sí mismo un ejercicio de autoreflexión para todos nosotros. Al menos, creo, también desde mi propia lectura, que esto es lo que el autor nos invita a hacer.
Esta gestión de nuestra empatía se pone a prueba en más casos a lo largo de la novela (qué difícil digerir los abominables comentarios antisemitas de Ecavi en el contexto histórico, a demás, de mediados del siglo XX, pero al mismo tiempo cuán desgarradoramente verosímiles ha querido hacer sus retratos de personajes Taktsís. No por esconder la verdad que no nos gusta ésta dejará de existir. Y volvemos a la pregunta de qué debe ser el Arte, de nuevo…).
Sobre Ecavi, precisamente, se podría discurrir durante un libro entero, probablemente. ¡Imaginaros cuán rico, poliédrico, contradictorio, abrupto y vital es el personaje! Ecavi está viva. Es histriónica hasta la extenuación, sí; es neurasténica (según las propias palabras de Nina), no lo dudo; con arraigados prejuicios, indiscutiblemente; es posiblemente culpable, en parte, de los males de sus hijos a los que adora, quizás.
A buen seguro que esa separación forzosa de ellos, cuando los niños estaban en su más tierna infancia, la traumatizó (qué madre podría soportar eso y salir indemne…) y la convirtió en una madre absorbente y celosa, que se desvive por ellos pero que dinamita cualquier intento de que sean felices, porque eso supone que hagan su propia vida. Una madre que pelea despiadadamente y de manera constante con sus hijos (¿tal vez, de manera inconsciente, les asocia al engaño y abandono por parte de su marido?), pero que son, al mismo tiempo, tan necesarios para ella como el aire que respira y que le proporciona la vida.
Pero, a la vez, ¿cómo no compadecernos de un ser tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo, embestido por el tsunami de la vida y las desdichas, y a la par tan fresco y tan vital? ¿Cómo no dejarnos llevar río abajo por el furioso torrente de frenéticos acontecimientos, sentimientos, emociones… que estallan constantemente en la vida de Ecavi? Como si viviera dentro de una tragedia griega, de las de máscaras y anfiteatro, Ecavi padece, sufre, celebra, cree (su mezcla de religiosidad y superstición son de aúpa), ama a rabiar, odia hasta reventar, habla, y habla, y habla… Es un personaje conflictivo, en tanto que nos crea un conflicto con nosotros mismos. Grandísima construcción del personaje por parte de Taktsís.
«Esto es el sueño de una noche de verano» nos dice Nina, conectando con esa tradición Shakespeariana de tragedia, de pasiones desbocadas, de sentido teatral de la vida. Porque ella, aunque más contenida, aunque menos dicharachera, también lucha con uñas y dientes para navegar las aguas tormentosas y turbulentas que le ha tocado cruzar, a su manera. «Intenta desahogarte. ¡Grita! ¡Llora!» le dice Ecavi… Ella, Nina, una mujer leída, de buena familia, atrapada en un huracán de vivencias personales y circunstancias sociales, a los que se añaden terriblemente todos los conflictos políticos y bélicos que tuvo que superar Grecia en esos tiempos. Unos conflictos que, obviamente, afectaron de lleno a su propia vida.
Dando bandazos de un tema a otro con la caótica coloquialidad del monólogo interior, que no deja de ser una oralidad interna y privada, de la que como espías, tenemos el privilegio de ser partícipes, discurre sobre la maternidad, el amor, la lujuria, la amistad, la compasión, el matrimonio… la vida, tal cual.
Un relato que parece coral sin ser coral, por la generosidad y elocuencia en la construcción de los inolvidables personajes secundarios (Eleni, Dimitris…), con una incontable infinidad de «actores de reparto» que no sólo enriquecen la narración sino que ahondan en realidades y temáticas que debieron a buen seguro ser muy polémicas cuando se escribió la obra, como la homosexualidad, la drogadicción, la prostitución, el sentimiento de madre desnaturalizada (aunque permitidme que apunte que, en el fondo, a pesar de los terribles exabruptos y desprecios mutuos, tan vistosos como fuegos artificiales, si leemos la letra pequeña, vemos que Nina siempre toma las decisiones de su vida pensando en el bien de su hija), todo lo políticamente incorrecto que contiene, en resumen.
Y ahí podríamos abrir una nueva caja de Pandora sobre la dictadura de lo políticamente correcto en el Arte. Una dictadura terrible, devastadora, que nos ha llevado a casos tan sangrantes como cuando en una escuela de Barcelona se «limpió» la biblioteca de parvulario de textos políticamente incorrectos, como, si no recuerdo mal, el cuento de Caperucita Roja. Todavía se me ponen los pelos de punta al recordarlo. Los fanatismos llevan uniformes muy variopintos.
Qué debemos hacer, entonces, ¿quemar todo lo escrito, pintado, esculpido… hasta el año 2022 porque lo anterior, fruto del contexto social e histórico en el que se escribió, y fruto de la libertad creativa del autor, puede contener material que hoy en día consideremos «políticamente incorrecto»? ¿Acaso algo nos garantiza que nuestro criterio actual será el definitivo? ¿Acaso no pueden considerar en 2030 que lo que hoy nos parece «impecable» no será «abominable» dentro de diez o veinte años? ¿Qué vamos a hacer, entonces, ir destruyendo siempre todo el Arte anterior, y quedarnos sólo con lo que en el presente inmediato suscribe el discurso imperante o políticamente aceptado?
Qué peste a podredumbre hace esto ya sólo escribiéndolo, ¿verdad? Esto es el analfabetismo, es la incultura, es el borrado y fundido a negro del ARTE. Y desde el momento que el arte nos hace pensar, nos hace reflexionar, debe hacerlo, qué peligroso sería sólo aceptar aquél Arte que encaja milimétricamente con nuestras ideas ya existentes o con las que el dogma del momento se siente cómodo.
Nos hemos ido muy lejos, o tal vez muy cerca, de «La tercera boda», y eso no deja de ser prueba y reflejo de la complejidad y riqueza de la obra. Podríamos seguir discerniendo sobre ella largo y tendido, pero os emplazo a leerla y a que veáis a dónde os lleva.Ojalá la disfrutéis mucho y la penséis mucho.