Odi embarcó anoche, cuando el sol no caía todavía a plomo sobre cubierta y los compañeros de tripulación podían faenar sin perder el conocimiento. Lo cierto es que no esperaban tan poco viento. Mala señal para un velero, salir con poco viento, masculló Odi.
Esta mañana Eos no sopla más que ayer noche. El patrón, Néstor, quiere rodear un par de islas y volver a casa antes de que anochezca, pues la negrura sobre el Mediterráneo les retuerce las entrañas en los meses de invierno, como si un minotauro agazapado entre los muros del laberinto estuviera esperando la ocasión para saltarles por la espalda.
Un mal presagio va tomando forma en la mente de Odi, y por un momento deja su puesto de proel en la proa y se encamina en busca de Néstor por la cubierta. Odi no tiene ningunas ganas de sortear una tempestad, hoy no, esta semana no, y quiere preguntarle por el viraje. Odi no ve el momento de llegar a puerto.
Con su novia, Dafne, quedaron conversaciones a medias y eso siempre es una circunstancia extraña para emprender un viaje, especialmente cuando sólo se va uno de los dos. “Sí, tanta calma no me gusta”, le dice Néstor mirado el horizonte hacia la isla de Naxos, “está bien, repetimos ejercicios y rutinas y ya fijamos rumbo a puerto”.
Odi regresa a proa y se prepara para acomodar la vela en las viradas. A los pocos minutos el agua empieza a salpicarle y, desde su puesto en la frente del velero, como si él mismo fuera el ojo del cíclope, distingue a lo lejos la negrura que empieza a anunciarse, como una sombra lejana que difumina la luz sobre el azulado mar helénico y endurece cada surco y cada ola.
Néstor aparece por estribor y avisa al trimmer, Spiros, de que esté muy atento a los cambios. Spiros es un chico joven y tiene todavía muchas rutinas que practicar, pero parece que hoy Poseidón ha decidido por su cuenta que tocaba examen.
Dafne y él están preparando su boda, y cuando Odi embarcó quedaron cosas por acabar de hablar. Ella insiste demasiado en temas poco relevantes, en opinión de Odi. Odi no entiende la importancia de algunas cosas, según Dafne.
Organizar una boda son meses de trabajo para que ese día todo salga perfecto, milimetrado, coordinado, ensamblado, fundiéndose el casco de la embarcación con el agua, volando sobre las olas con la soltura de un delfín, todo el equipo fusionado en un todo, cada uno sabiendo en cada momento cuál es su función para que todo fluya y adaptándose a cada cambio del viento, las corrientes marinas o las embarcaciones que concursan a nuestro alrededor.
Pues sí, preparar la boda está siendo como preparar una regata, piensa Odi. Y levanta la vista, mira a Spiros y luego mira la negrura a lo lejos. “Spiros, tienes que estar muy atento, el viento cambia rápido” le grita gesticulando. Spiros le oye poco y mal, está algo tenso y muy concentrado en las cuerdas. “Spiros, escucha”, vuelve a gritar. Un golpe en la proa hace caer a Odi en cubierta y le moja hasta las cejas. El sabor a salitre, tan inconfundible, tan suyo, es como un desafío para demostrar de qué madera se está hecho. “Muy bien Poseidón, pues si quieres hoy fiesta, tendremos fiesta”.
Y la hubo, por supuesto que la hubo. Las manos con la piel tensada, los huesos marcados, las venas histéricas, agarrando las cuerdas peleando contra el viento, rasgadas por los arañazos de la sal y del frío del atardecer, las olas a puñetazos contra el caso, la vela fustigada por las rachas de temporal y los compañeros en un grito sordo, inaudible, coordinando esfuerzos para capear la tempestad y la furia de los dioses.
No hubo cantos de sirena esta vez, ni vellocinos de oro. Sólo el pensamiento constante del deber a cumplir, de la determinación y la perseverancia, de la lucha sin descanso por salir de la negrura y volver a la luz, volver a Dafne, volver a discutir por las flores y a mirarla con ternura mientras ella bebe un chocolate caliente en el sofá viendo juntos una película, agazapados bajo una manta. Eso es tu vellocino de oro soñado, ¿verdad, Odi? Sí.
Prepárate Poseidón, que venimos a librar batalla.